viernes, 14 de mayo de 2010

¿Quien se llevo mi Game Boy?


Godzilla era un muchacho bastante extraño. Tenía unos 14 años y fumaba sin esconderse, no le importaba mucho que lo acusaran con su padre. Vestía -incluso en invierno- shorts playeros floreados y sandalias. Tenía el cabello siempre corto y le faltaba la mitad de un diente, de ahí que cada semana la cambiaran el apodo los más viejos del barrio. Siempre se unía a mi grupo para jugar fútbol o contar chistes, me caía bien.


Todo el día lo encontraba en el vicio jugando Fútbol Excitante y le hacía buenos partidos a los mejores de la zona. Cada vez que goleaba, salía del local caminando como maleante y prendía un cigarrillo, supongo que era su forma de celebrar. Había ganado varias apuestas y también peleaba muy bien para cuando algún picón se negaba a pagarle o pretendía dejar un duelo a medias por verse en desventaja.

Godzilla comenzó a juntarse más seguido con mis amigos y también lo invitaron al cumpleaños del Gringo. La fiesta prometía: mi primer tono con luces, de baile con chicas y de estar fuera de casa después de las 11 de la noche. Esa noche me puse unas zapatillas Fila de astronauta, una capucha de los Looney Tunes y un pantalón de carpintero color marrón no sé cómo podía vestirme así sin sentir vergüenza.


Estuvimos escuchando la música y comiendo bocaditos -las chicas se aburrían un poco- hasta que Gringo nos hizo entrar a su habitación para jugar un rato con su Super Nintendo. Nos turnábamos los controles en Final Fight y participamos de pequeños torneos de Mario Kart. Enviciarse con los amigos era más divertido que escuchar El baile de la cripta y ver luces de colores en medio de la oscuridad.


Luego de un par de horas noté a Godzilla muy extraño: miraba para todos los lados y no estaba quieto un solo segundo. No lo perdí de vista hasta que lo vi coger el Game Boy de Gringo y se le guardó rápidamente en el pantalón. Yo no lo podía creer y me quedé mirándolo con una mezcla de lástima y cólera. Él se llevó los dedos a la boca para pedirme, por medio de un gesto, que me quedara callado. Le hice caso y salí de la habitación.


Oe, Cabezón, gracias por no echarme ayer, me dijo cuando lo encontré en el vicio. No le respondí y traté de olvidar lo que había pasado, pero no podía. Evité, desde ese día, juntarme al grupo cuando él estuviera ahí. No le conté a nadie, ni siquiera a mi primo, lo que había pasado en la fiesta y parece que Gringo tampoco se interesaba mucho, nunca preguntó por su Game Boy y su familia tampoco dijo nada.


Una tarde mis amigos fueron a buscarme a casa para jugar Millonario, uno de los pocos juegos de mesa que aún nos divertían. Godzilla estaba con ellos y no tuve coraje para botarlo. Nos sentamos en el piso de la sala de mi casa y traté de no perderlo de vista. Seguía cada uno de sus movimientos para evitar problemas. Mi vigilancia iba muy bien hasta que mi abuela me mandó a la tienda a comprar leche para los marcianos de fresa que estaba preparando.


Volví corriendo y nada parecía extraño, sentí algo de alivio. Nos aburrimos de jugar y fuimos un rato al vicio. Volví a mi casa unas horas después y encontré a mi primo muy molesto. Oe, ¿por qué has prestado el cartucho de Zombies con todo y caja? Todavía no lo acabo, imbécil. Me quedé mudo y no tuve otra opción que contarle lo de la casa de Gringo y de mis sospechas sobre el ladrón de su juego. ¿El desmuelado de la vuelta fue? Ya, no digas nada, yo lo busco. Salió de mi casa casi corriendo y tiró la puerta.

Godzilla me esperaba a media cuadra de mi casa la mañana siguiente. Se me acercó y me dijo Barrio, discúlpame, yo no quería chocar contigo, no sabía que era tuyo. ¿Cómo podía no ser mío si estaba en un cajón en la sala de mi casa?, me pregunté en silencio. Le dije gracias y me detuvo un rato más. Tu primo sí es parador, perdí bien. Dile que no se atorrantee con la arruga del Gringo, pe. Poco a poco se fue alejando del grupo hasta que se mudó de barrio, no volví a saber más de él.

Fuente : peru21

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